
La adopción: Un acto de amor con responsabilidad
El término adopción se refiere a la acción de “adoptar”, y según la RAE significa “acoger a un animal como mascota”, pero en la práctica cómo cumplimos con esa frase quienes hemos decidido incluir en nuestras vidas a otros seres “sintientes”.
Todo dependerá de la finalidad al adquirir una o varias mascotas, algunas personas buscarán que éstas presten servicio como guardianes y otras como “compañía”, o incluso mejor, como un miembro más de la respectiva familia de acogida; cualquiera sea la opción, se requiere además de amor y paciencia, una gran dosis de responsabilidad, ya que se está asumiendo el cuidado de un ser vivo.
La llegada de mi primera mascota, a una edad adulta, resultó todo un desafío y a la vez un constante aprendizaje. No estaba en mis planes adoptar en aquel momento, pero fue un “regalo” imposible de rechazar. Después de la emoción por su repentina aparición en mi vida, surgieron muchas dudas en mi mente que me aterrorizaron: ¿cómo cuidaría de esa pequeña?, ¿y si se enferma? ¿si no se acostumbra a vivir en casa? ¿vivirá dentro de ésta o afuera? De hecho, la primera noche en su nuevo hogar, ni ella ni yo dormimos. Creo que ambas estábamos asustadas ante la incertidumbre de los días futuros. Una vez superada esta etapa, comencé a interiorizarme acerca de los primeros cuidados relativos a salud que debía entregar a mi nueva “mascota”, ya que tenía claro que mi amor por ella no iba a ser suficiente para protegerla de las múltiples enfermedades que pueden afectar a los cachorros, que por cierto son varias y a veces desconocidas para muchas personas. Después de cumplir con su proceso de vacunación y desparasitación (que se repitió con la regularidad sugerida por la veterinaria), pudimos establecer una rutina de caminatas por distintos sectores de la ciudad, ejercicios beneficiosos para ambas y donde compartimos muchos momentos gratos y “conversaciones profundas”, en una de aquéllas comprendí que esa “mascota” dejó de serlo para transformarse en una integrante relevante en mi familia, compuesta en ese momento sólo por mi mamá y yo (mi hermana vive en Santiago). Fueron pasando los años y Canela creció feliz y rodeada de amor, y aquel sentimiento se multiplicó con la llegada de un segundo miembro canino a nuestro hogar: un mestizo de pastor alemán llamado Beethoven, quien fue abandonado. Pasó de ser un perro callejero con familia a un “perro de familia”, de estar desprotegido a tener su carnet de vacunas al día, de comer basura a tener todos los días almuerzos y cenas con pollo cocido, hasta ropa le compré y ¡hasta el pelaje le cambió! Esta segunda experiencia de “maternidad perruna” la afronté de manera más segura y con la misma responsabilidad de la primera, aunque eran situaciones distintas, ya que a Canela la cuidé desde bebé, en cambio Beethoven ya era adulto joven con problemas de salud, los que fueron tratados para que él mejorara su calidad de vida, asumiendo los costos monetarios que eso significaba. Ya asumida como “mamá de 2”, decidí adoptar otra cachorra que llegó a mi vida igualmente por abandono, a quien bauticé como Frida; con ella fue todo más fácil y fluido. Pasó un tiempo y de ser 3 mis adoptados, llegó una cuarta integrante: Sheila, una perrita amputada…¡y comenzamos otra vez!
En resumen, adoptar es un acto de amor, pero que además requiere asumir una responsabilidad de por lo menos 10 o 12 años, incluso más; a esto se debe sumar paciencia, tiempo y algo importante y no muchas veces considerado, dinero. Y no me refiero sólo al dinero para la compra de alimento, ropa y/o juguetes, sino a aquel que puede ser requerido ante eventuales enfermedades y/o accidentes sufridos por nuestras mascotas.

